miércoles, 25 de abril de 2007

Una guerra perdida

Hace unos meses tuve una epifanía. Una visión que hizo cambiar mi actitud frente a las cotidianas conversaciones y discusiones de los famosos conflictos de género. Yo antes me acaloraba y sometía a mis amigos y amigas a largos y lateros debates tratando de dejar en claro que no se trataba de menospreciar la inteligencia de la mujer, (cualquier Tobiano sabe que nos dan cancha tiro y lado). El tema iba más bien por el lado de la lógica y las emociones.

En esas disquisiciones estaba cuando llegó la siguiente noticia a mis manos: El rector de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers dictaba una cátedra inaugural del año académico en torno a un estudio del que se desprendía que el cerebro masculino está más capacitado para la ciencia que el femenino, y a su vez este último tenía más ventajas sobre aquel en disciplinas relacionadas con el Lenguaje y la Comunicación. Esto explicaba, para Summers la abismante diferencia entre el número de hombres científicos y el número de mujeres. (En lo personal también creo que explicaría algunos comportamientos privados de tantos filósofo, semiólogos y lingüistas). Bastó esto para que se desatara la polémica planetaria: “Harvard: Una universidad machista y patriarcal”, ”La universidad medieval”, fueron algunos de los titulares de noticias y blogs de la época generando ese debate que a algunos tanto nos aburre.

Pero cual fue el dato fascinante del hecho que cambió mi visión y sobre todo mi disposición anímica sobre el tema: La reacción de las científicas y académicas presentes en dicha cátedra: se pararon y se fueron. Es decir un acto contundente y supremo de comunicación y lenguaje no verbal jamás concebible en una mente masculina (nosotros hubiéramos empezado a tirar tallas, “Iturra?” hubiera dicho uno). O sea, dando la razón empíricamente a dicho estudio y demostrando de paso que la lógica y el manejo de las emociones no guardan ninguna relación con el coeficiente intelectual de la mujer.

Nadie niega que ahí estaban los mejores cerebros del planeta, nadie dice, (ningún tobiano por lo menos) que esas mujeres no eran brillantes en sus disciplinas; pero igual se les salió el: “¡¡me voy a la casa de mi mamá!!!”. No hay caso compañeros, las minas siempre van a ser minas, con educación básica sin terminar o con post doctorados en Harvard. Así que hagan como yo, relájense, tómenselo con humor, la batalla de las mujeres por demostrar que evolucionaron está perdida. Siguen siendo nuestras adorables y queridas mujeres de siempre. Seguramente antes que el Rector se despachara sus famosas aseveraciones, esas científicas estaban pelando el vestido de su colega, el peinado fastuoso o lo inapropiado del escote de la otra yegua, mientras los Tobianos presentes le miraban el traste a la profesora de la cátedra de latín al recibir su premio y se preparaban para agasajar con una parrillada al pobre de Summers, que, como Galileo Galilei frente al tribunal de la inquisición, tuvo que retractarse y ofrecerle disculpas hasta a su madre.

Tobi

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